¿Y POR QUÉ NO? - MICROCUENTO

Al mirarle a los ojos, no sé qué me pasó que me quedé en blanco. Mis piernas no me obedecían, mis manos, se quedaron a ambos lados de mi cuerpo y mi boca se quedó entreabierta. Eran tan azules como el cielo en su atardecer. Su rostro, serio,  permanecía atento a una conversación con su compañero de equipo. Menos mal, pensé por un momento. Porque así tenía la excusa de no apartar la mirada de su cara, perfecta.
Me hubiera gustado poder darle conversación, pero ¿de qué? Lo ideal hubiera sido acercarme y presentarme. Más sabía que, en cuanto me mirara directamente, olvidaría las palabras. Así que quité mi mirada y me centré en mis cosas.
Tenía que terminar el artículo para enviarlo al periódico, como carta de presentación. Si me salía bien, podría pasar la entrevista y no tendría que preocuparme por llegar a final de mes.


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No había dejado de mirarme desde que se había sentado en el restaurante. Siempre me pasa, mis ojos llaman la atención y ellas no dejan de mirarme. Es algo que no me gusta y me pone de mal humor, pero ya paso. Aunque estaba metido en una reunión con mis socios del restaurante, no podía evitar estar pendiente de ella.
Se había pedido una coca cola. Nada más. 
Supuse que se había metido allí por probar el sitio, pero era de los que no se podía permitir. 
No pude evitar sonreír un poco. 
Con una seña, llamé a uno de los camareros y le pedí que le sirviera una prueba del menú principal, en tapas. Así, con el estómago lleno, la ayudaría en lo que estaba haciendo en el portátil.
Fingí, atento a la conversación de mi socio, que no la veía. Pero, lo cierto era que, me había llamado la atención. No era de las mujeres con las que yo solía salir a tomar una copa. Era sencilla, normal, del montón. Como yo. 
Anoté, mentalmente, que quería saber más de aquella chica tímida que me miraba con la boca abierta. Disimulada no era, eso era cierto.
Pero me gustaba.

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¡Ay, mi madre! Me habían puesto unas tapas de comida y tenían una pinta espectacular. Me dijeron que era cortesía del restaurante. De pronto, me sentí apurada. Porque a nadie le habían servido tal cosa. Solo a mí.  Y yo solo había pedido una coca cola, no quería nada más. 

Tenía curiosidad de entrar a ese sitio, pero no tenía mucha hambre. Había sido una estupidez, podría ser. El caso es que agradecí aquel gesto y, enseguida, les pedí la carta. Se me ocurrió escribir en mis redes sociales una reseña, contando mi experiencia en aquel sitio. No tenía tantos seguidores como para influenciar a la gente. Pero era, además de comer allí y gastarme el dinero, lo más que podía hacer.

Me trajeron la carta enseguida. Y volví a mirar a aquel chico que me había robado la razón. Seguía atento a su conversación ¡Qué ojos! ¡Madre mía! ¡Y qué labios! Me mordí el labio inferior sin darme cuenta, me estaba poniendo cardíaca.

Decidí desviar la mirada porque estaba llamando la atención y seguramente podría molestarse.

Me dediqué a probar los platos del primer menú y a hacerle fotos con el móvil a todo lo que podía. Ya que, de repente, anulé la temática del artículo que estaba escribiendo y pensé en mandar aquella reseña. Escribir sobre algo que conoces siempre es mejor.

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No podía dejar de mirarla. Me tenía enganchado. Había visto su reacción cuando le llegaron las tapas. De sorpresa. Y, después, vi que había pedido la carta. Se lo había pensado mejor y pediría algo de comer. Era lógico. Sus clientes no iban a su restaurante a tomar una coca cola, sino a disfrutar de su comida.

Tenía ganas de terminar la reunión. Me apetecía acercarme a ella y presentarme. Pero tampoco iba a precipitarlo. Así que seguí dando ideas y comentando mi opinión. Fingiendo que estaba al cien por cien metido en la conversación, cuando una parte de mí, estaba centrado en lo que hacía esa chica.

Tenía que conseguir su teléfono. Y tenía que hacerlo ya.

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