Y de repente tú: Capítulo 2º


(Sino has leído los dos capítulos anteriores, pincha aquí para el prólogo y aquí para el primer capítulo)


CAPÍTULO 2º
Consíguela!!!!
Cuatro horas después…
María llegó a la casa de su amiga, pulsó el timbre y esperó. Tardaron unos  minutos en abrir pero, al verla, la cara de Carmen se iluminó. La empujó hacia el salón y, antes que la joven pudiera arrepentirse. Para la mujer era un gran alivio compartir el problema de su hija con la persona que más paciencia la tenía.
― María ¡Qué alegría! ¡Creí que ya no vendrías! ―suspiró Carmen, la joven percibió que sus ojos se le llenaban de lágrimas ¿Tan mal estaba la situación por allí?
― Hola ¿qué tal Melinda?
― Igual, no atiende a razones.
María dio dos besos en la mejilla a Carmen y, sin más, fue directamente hacia la habitación de su amiga.
La puerta estaba cerrada, ella no tocó, directamente abrió, con cuidado. La habitación estaba a oscuras, no se distinguían los muebles. La persiana estaba echada, las cortinas corridas. Ella pasó despacio, la luz natural que llegaba del salón se filtraba a través de la pequeña abertura de la puerta, dándole así, un poco de claridad.
― Melinda –Murmuró  María sin esperar respuesta.
― ¡MARÍA! –La aludida se sobresaltó al escuchar la voz fuerte de su amiga, que se había incorporado y se había abalanzado sobre ella, abrazándola.
― Melinda ¿cómo estás? –María respondió al abrazo con cariño, a la vez que le acariciaba la espalda.
― Ahora mejor ¿sabes algo de él? ¿Has hablado con él?
 ―María había temido aquella pregunta desde que llegara.
Unos minutos después, María se separó unos centímetros de su  amiga y, volviéndose hacia la ventana, para subir la persiana. La luz del atardecer entró de golpe por la ventana, tanto fue así que Melinda tuvo que taparse los ojos hasta que se acostumbró a la claridad.
― Cariño, te voy a ser sincera, ahora mismo Alessandro no quiere que ese bebé nazca, no puedes obligarle a quererlo…―
― No, no puedo hacer eso –dijo Melinda bajando la mirada, triste.
― Pero… ―Interrumpió María– Debes preocuparte por ti y decidir lo que quieres tú, si quieres tener a ese niño, tenlo, da igual lo que opine él, tienes que mirar por ti y no por él– María suspiró, esperando que la hiciera caso por una vez. Observó el gesto de su amiga, queriendo descifrar su reacción por sus palabras.
Pero Melinda tenía la mirada triste, porque tenía la esperanza que él recapacitara. Se llevó las manos a su pequeña barriguita, acariciándola. Pensó en lo que su amor por el joven italiano había sido capaz de formar en su interior: un hijo. Un milagro fruto de su amor, un chiquitín que tenía derecho a ver sus ojos… De pronto, Melinda ladeó la cabeza, un recuerdo fugaz, unas palabras que él le dijera hace tiempo:
“Me gustaría tener un hijo contigo, un niño que tuviera tus ojos, embrujados”
Fueron esas palabras las que la llevaron a mantenerse firme en su decisión.
― Ya está decidido y no cambiaré de opinión.
― Ya –María sonrió con melancolía– Tienes que aprender a vivir sin él–
― Es que… No puedo ―Confesó la muchacha, su amiga la contempló un instante, le pareció tan vulnerable.
― Tienes que sacar fuerzas, tienes 25 años y ahora tienes una responsabilidad, Mel las cosas empeoran para que puedan mejorar.
Melinda volvió a suspirar y un brillo relució con intensidad, sus labios se curvaron en una brillante sonrisa. Aquella frase. Era la favorita de su amiga y siempre la sacaba en cuanto veía una oportunidad.
― Tienes razón, por mi bebé, pero… Te necesito –murmuró ella evitando las lágrimas.
― Claro –María se acercó de nuevo a ella, para fundirse en un gran abrazo, ambas muchachas cerraron los ojos llenas de paz y felicidad– Cuenta conmigo para lo que necesites, para lo que sea y…―
― Gracias.
― Tengo una estupenda noticia.
― ¿Ah sí? ¿Cuál?
― Confía en mí, primero, por favor, date una ducha, come Melinda resopló con pesar, odiaba que le recordaran la comida Y haz una pequeña maleta, eso sí, busca tu manuscrito
María le dio un casto beso en la mejilla, sonriendo como siempre, para marcharse, su visita se había alargado demasiado y sabía que a cierta persona no le haría nada de gracia.
∞∞∞∞
El reloj de la mesilla marcaba las diez y media de la noche. Alessandro descansaba apoyado en el cabecero de la cama, cubierto con la sábana. Mientras una joven asiática descansaba plácidamente después que hubieran hecho el amor. Aquella joven, su amante ocasional mientras que…
En aquel momento, Alessandro recibió una llamada. Con mucha calma, tomó su móvil de la mesita y contestó con tranquilidad.
Dime.
Aless, soy yo –Una voz femenina surgió al otro lado de la línea. Una voz que él reconoció enseguida.
¿Perché mi chiami? La nostra è finita.
Per me no.
Victoria, per favore.
Ti Amo, Aless, tu sei mio, aunque no tengamos ya ese lazo que nos unía –las últimas palabras las dijo en un perfecto castellano, descuadrándole.
  Ese vínculo ya no existe, afortunadamente, así que olvídate de mí o lo lamentarás.
Alessandro inspiró profundamente, todavía le costaba enfrentarse a la que fuera su amante. Eran muchas veces las que se arrepentía de haber estado con ella, debería haber acabado con ella cuando tuvo la oportunidad. Pero no lo hizo y ahora pagaba las consecuencias. Esperó pacientemente la respuesta de Victoria… Recordó su apariencia ¿seguiría igual? Sin duda, sí.
Victoria era demasiado hermosa. Tenía unas curvas muy marcadas, cuidaba mucho su línea. Su pelo, rubio platino, caía en cascada sobre la espalda. Y aquellos ojos. Sus ojos del color de las estrellas, amarillos con chispas azul celeste alrededor de la pupila… Eran lo que más le gustaba de ella. Lo había hipnotizado.
¿Lamentarlo? No creo, si no vuelves conmigo lo lamentarás tú, cariño.
Victoria cortó la llamada. A él no le gustaron nada aquellas palabras, tenía que pararla, ya pensaría en algo más tarde.
Cuando se disponía a levantarse, su amante asiática se movió soñolienta.
Querido… ─murmuró todavía con los ojos cerrados.
Tienes que irte, no duermas aquí,  ahí tienes el dinero, cógelo y pide un taxi –Le ordenó él, sin mostrar ninguna delicadeza.
Ella no replicó. Se levantó de la cama, se vistió y se marchó de allí, sin olvidarse del dinero de la mesilla.
Alessandro la dejó en la habitación y se fue a su despacho, un par de habitaciones más allá. 
Su casa era inmensa. Situada a las afueras de Madrid, en pleno campo, ocupaba varias hectáreas. A su alrededor se disponía un jardín enorme, lleno de flores silvestres y arbustos salvajes. Tenía un camino, hacia la puerta principal, de gravilla blanca con piedras medianas a ambos lados, separándolo del jardín. Una casa pensada para refugiarse cuando necesitaba escapar de su trabajo. La había mandado construir hacía ya bastante tiempo, iba a ser un regalo para alguien especial.  De estilo clásico, cuando pisaba aquel lugar era como transportarse a otro mundo. Una casa digna de cualquier princesa, pero no de la suya.
Alessandro contempló la majestuosidad de su despacho. No conservaba ninguna foto de nadie, ni de su propia familia. En un lateral de la habitación, en su tiempo hubo una fotografía de su abuelo, pero lo había hecho sustituir por un paisaje de unos caballos salvajes galopando veloces.
Los libros decoraban el resto de las paredes del despacho. Libros de todo tipo, cubiertos en pieles sintéticas, y guardados en vidrieras. La mesa de trabajo estaba situada en el centro, frente a la puerta principal y con la silla situada de espalda a la ventana.
Él cerró la puerta, apoyándose en ella, mirando hacia el techo, con dolor. Su vida se había convertido en un infierno.
Sus multitudes amantes le acechaban ahora más que nunca, aunque tenía más poder y podía deshacerse de ellas, no hacían más que complicarle la vida. Pero lo peor de todo, era aquel infame testamento, algo que debía encontrar solución  pronto, no podía destruirlo sin más. Su abuelo le heredaba, pero para obtener su herencia debía casarse con Victoria.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, solo se mostraba débil cuando no había nadie con él. Desde hacía meses que no lloraba en público.

Una lluvia torrencial caía sobre las calles de Salamanca. Las luces de las farolas se mostraban difuminadas. Los coches circulaban con precaución, al menos no había mucho tráfico.
Melinda quieta frente a él, empapándose, con las manos cubriéndose el rostro. Porque estaba llorando. Alessandro, en cambio, si estaba cubierto por un paraguas que sostenía su guardaespaldas.
― Gatita, te lo he dicho ¿por qué no me crees? No pienso repetirlo más veces, no acostumbro a hacerlo, pero contigo he hecho una excepción –Murmuró él con el gesto serio, moviendo las manos con firmeza.
― No te creo,  te vi, con mis ojos, y no estabais precisamente hablando –La joven, más fibrosa que en la actualidad, apretó sus manos en puños con fuerza, más de la que podría apretar.
― No tengo que justificarme porque soy así, ya te lo advertí cuando estaba con tu amiga –Alessandro se colocó de perfil y agachó la cabeza con gesto serio.
― Tú me amabas.
― Vamos, quería acostarme contigo, tienes muy buen cuerpo y me excitas, pero de ahí a una relación matrimonial…―
― Eres un hipócrita –Melinda se colocó, dispuesta a darle una bofetada, pero no le fue posible. Él le agarró la mano, haciéndola daño.
Entonces ella tuvo miedo al ver su cara. Sus ojos azules se habían abierto, no parpadeaba y no dejaba de mirarla. Sus labios se habían fruncido y sus cejas  pobladas se cernían sobre sus ojos, su mirada se interpretaba en un enfado mucho más serio, como si fuera,… Como si quisiera matarla.
― Abortarás o abortarás, sino atente a las consecuencias –Aquella fue la primera y única amenaza que recibió de él… Más tarde, él se habría arrepentido de ello […]

Alessandro había terminado sentado en el suelo, con la cabeza pegada a la puerta, con la mano sobre la frente y la mirada perdida en las alfombras del suelo… No podía olvidarla.

Besitos de parte de αἠỽἕἱἀ

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