CONVERTIDA

Cuando Samuel la vio, recordó sus dulces besos, sus labios suaves, sus caricias, que lo elevaban a los cielos. La belleza de la joven era aún más pronunciada de lo que recordaba, hacía cinco años.

 Ella había cambiado. Sus ojos, antes del color del chocolate, lucían ahora más claro como si fueran de miel. Su piel era pura, limpia y tersa, además de bastante pálida. Sus cabellos le llegaban por la cintura, meciéndose con cuidado, como si midieran cada movimiento para que fuera perfecto. Y su vestido, negro y holgado, que la hacia parecer más delgada.

La joven María contemplaba, seductora, al sacerdote que se disponía a casar a Samuel y a Joanna. Todos los invitados la observaban anonadados. Producto del hechizo que de ella emanaba.

El cura se dirigió a la pareja de novios, sorprendido.

-          Lo siento, pero no está dentro de mis obligaciones el que los case.

María agrandó todavía más su sonrisa, sus planes estaban saliendo como había propuesto.

Samuel, incrédulo, no podía dejar de mirarla. Aunque, de vez en cuando, lanzaba extrañas
miradas hacia el hechizado cura. No entendía qué era lo que sucedía, después de tanto tiempo sin verla creyó que ya no sentiría nada, que su amor murió cuando lo abandonó… Ahora descubría que no era así.

María contempló con total sensualidad a los invitados a la boda. Hubo un chico que le llamó la atención. Era un joven castaño con mechas rubias, de ojos marrones y complexión fuerte. Aquel tipo sería perfecto para ser su primera víctima. La vampira se relamía del gusto de sólo pensarlo.

Poco a poco se fue acercando a aquel tipo. Sus caderas se contoneaban con sensualidad. El tipo babeaba por su figura, hechizado.

Samuel pareció desencantarse de su embrujo y se interpuso en su camino.

-   No permitiré que hagas esa locura – Samuel la miraba con gesto serio y los puños apretados.

-   ¿Ah, no? Sam, apártate, no me gustaría tener que hacerte daño – Musitó María contemplándolo con erotismo.

- ¿Acaso serías capaz?

-          No preguntes cosas de las que preferirías no saber la respuesta – Sentenció María, contemplándolo seriamente.

Samuel tuvo miedo. Sintió pánico al ver su mirada impenetrable. Sin embargo, aquella mirada no le amilanó. Pues agarró de ambos brazos a la vampira, obligándola a mirarle a los ojos.

María le contempló, incrédula. Sus pensamientos, su sed de sangre, se detuvieron al verse reflejada en el iris azulado de él. Se sintió incapaz de moverse y de actuar.

-          ¿Qué haces? – La voz de María sonó sensual y atrevida, sonriente.
-          Impedir que cometas más locuras.


Samuel inclinó sobre el cuello de la vampira. La besó con dulzura. Un beso al que María respondió con placer hasta que notó unos afilados colmillos hundiéndose en la piel…

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