Nunca



EL COMIENZO

<< 1910, Londres, St. George's Hospital.

Gabrielle permanecía de pie frente al enorme edificio gris perla que se erguía, imponente. Su esbelta figura estaba empapada, debido a la lluvia torrencial que bañaba a mares la ciudad. Aunque a la joven parecía no importarle coger una pulmonía, ya que, ahora, eso era lo menos importante que le podía pasar. Ya que él se encontraba ingresado en aquel hospital, afectado de gripe española. Estaba muy grave, los médicos no daban esperanzas, sabían que iba a morir y no dispusieron alargar su sufrimiento. Aquello era algo que la joven no podía soportar. Una lágrima cayó de su párpado y rodó por su sonrosada mejilla, su cuerpo temblaba copiosamente,siendo una mezcla del frío que hacía con la pena que sentía.

Gabrielle era una hermosa joven casadera. Su vestido, de un blanco inmaculado, estaba perlado en el contorno del escote, un traje que dejaba al descubierto los hombros. Llevaba una capa larga y negra que le cubría el rubio cabello, rizado, cuyos mechones se dejaban caer, rebeldes, por su cara. A la altura de su cintura, sus manos, agrietadas por el frío, sostenían una vieja foto en blanco y negro. Una revelación en la que aparecía una pareja joven, sonriente.

No podía evitar mirar hacia el hospital y devolver su mirada a la foto que guardaba con cierto recelo. Si tan sólo lo hubiera sabido... 

Una oscura figura se acercaba a espaldas de la joven. Iba cubierta por una capa y apenas se podía ver su rostro, sólo sus finos labios amoratados.

Gabrielle dio un brinco cuando una voz áspera susurró en su oído:

- Es una lástima ¿verdad? el cuerpo humano no sirve para nada, va a morir y se pudrirá bajo tierra.

Ella miró hacia su derecha y se asustó. Se apartó un poco de él, olía a sangre y aquel tipo no le inspiraba demasiada confianza. Él, al ver que ella no pronunciaba palabra alguna, prosiguió.

- ¿Por qué los médicos no buscan una cura a todas las enfermedades? Enfrentar a la muerte sería algo grandioso... Siempre se puede sobrevivir a la muerte, claro.

Gabrielle lo miró extasiada. Si existía la más mínima probabilidad de salvarle, haría lo que fuera, de modo que preguntó:

- ¿Sabríais cómo curar a una persona de gripe española?

- Por supuesto que sí, es muy fácil en realidad.

- Decidme, os lo ruego.

- Pero todo tiene un precio, querida.

La joven suspiró, molesta. Comprendió que si quería salvar a su prometido, algo y, probablemente nada bueno, tendría que dar ella, pero ¿qué?

- Estoy dispuesta a hacer lo que sea -suplicó la joven, atreviéndose a tomar las frías y escuálidas manos de aquel desconocido, al que, no sabía por qué, le estaba confiando hasta su propia vida... Nunca mejor dicho.

- Lo único que vos podéis hacer para curar a ese que os araña el corazón, es lo mismo que vos haréis por mí... Así que ¿estáis segura de hacer cualquier cosa que yo desee?

Gabrielle se detuvo unos minutos a pensar. Si aquel hombre, que no le inspiraba mucha confianza, podría ayudarla... ¿Cómo sabía ella que Ed viviría? ¿O la estaba engañando para Dios sabe qué? No tenía más remedio que confiar, aun así, hizo una última pregunta, algo que le daría más seguridad de aceptar.

- ¿Cómo sé que no me engañáis?

El desconocido se mantuvo unos instantes en pleno silencio, miró de soslayo a una señora que llevaba de la mano a una pequeña y dulce niñita... Se preguntó cuánto de dulce sería la niña. En realidad, él sólo buscaba qué alimentarse hasta que el olor que de esa joven emanaba lo volvió loco y lo instó a acercarse. Con sólo tocarla en las manos ya supo los momentos más importantes de su vida y pudo engatusarla... Engañarla, claro que la estaba engañando, pero eso era un mero detalle sin importancia.

- No hay forma de saberlo, sólo debéis confiar.

Ella, reticente, decidió hacer lo que él le proponía e inclinó la cabeza, aceptando su propuesta.

- Haré cualquier cosa que me pidáis.

- Bien -sonrió aquel granuja- Descubriros y haced a un lado vuestro hermoso cabello-

La joven ingenua así lo hizo, dirigiendo sus pensamientos a su prometido que yacía en aquel hospital. Le mostró su pálido y pequeño cuello, parecía el de una muñeca de porcelana. Para el desconocido era un manjar del que quería disfrutar, sin embargo no tenía tiempo.

- Inclinad la cabeza hacia un lado, por favor.

- ¿Por qué?

- Para daros aquello que curará a vuestro amado.

Mencionar aquella última palabra y Gabrielle obedeció como una autómata. Fue entonces cuando, movido por una fuerza sobrenatural, el desconocido se abalanzó sobre ella y le clavó sus finos colmillos en su níveo cuello. La sangre manaba con rapidez y él la chupaba con fiereza...

"Mía, serás mía para toda la eternidad"

Y succionó hasta que ella perdió el conocimiento, para después, tomarla en brazos y llevársela a su guarida. Nadie los había visto. Nadie sospecharía de que ella había sido atacada. Y su amado príncipe Edward moriría aquejado de una mala enfermedad, al igual que ella, que moriría para vivir en la eternidad.>>

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¡Ah! ¿Adivináis en qué libro me basé? la verdad es que es muy fácil... ¿O no? Suerte y sed felices. 

Comentarios

Sarah Barnes ha dicho que…
No se inspirará en CREPÚSCULO???

Porque lo de la gripe española y la fecha da mucho que pensar... jajaja

Muy bonita la historia!!
Siguelaaaaaa

Besazos
D. C. López ha dicho que…
Hola guapa! De nuevo yo! Pasaba a saludarte y de paso preguntarte si al final le enviaste tu novela Aruka, a Pablo (narrador del blog A Leer Toca)

Ya me dirás... Bs!

Pd: me gustó el escrito >.<

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