Relato de Amor: Te Mentía

"Te Mentía"



Vanesa recogía sus cosas para marcharse. Había decidido escaparse por un tiempo, quizás lo que
durara el verano, pero tenía que darle tiempo a su corazón.

El cielo había despertado lleno de nubes, el sol se había ocultado entre ellas, más mostraba su luz en unas calles frías y prácticamente desiertas, para ser finales de mayo. El tiempo amenazaba una lluvia intensa, pero ésta todavía no hacia acto de presencia.

Mientras la joven cerraba su maleta, una lágrima se escapaba por su pálida mejilla, una lágrima que se quitó rápidamente, pues no iba a llorar, no por él. Cogió su maleta y la llevó hacia el pasillo de la entrada.

El reloj marcaba las doce en punto del mediodía.

Entre tanto, él preparaba los últimos detalles de la fiesta de su compromiso. Estaba sumamente concentrado en cada cosa que hacía, tratando de no dejar libre a su mente para pensar. No podía permitirse recordar a cierta joven.

La fiesta se realizaría en una de las dependencias del museo Thyssen, ya que el padre de la novia tenía importantes influencias. Dispuestas en hilera, mesas alargadas lucían inmaculadas con  manteles blancos, y sobre ellas, organizados, platos llenos de comida. Todo parecía estar a punto, ya no tenía de qué preocuparse, aun así no podía evitar sentir una punzada de tristeza en su corazón.

Unas manos le agarraron por la cintura, finas y delicadas, en lo que sentía un cálido beso en su cuello. Alberto cerró los ojos y se dejó llevar. Levantó la cabeza hacia el techo y acarició aquellas manos, pensando en otra mujer que no era la que estaba detrás: "¡Ojalá fueras tú!".

Soñó por un instante en el que todo hubiera sido diferente, si hubiera sido más valiente, haberse enfrentado a su actual suegro y haber rechazado aquella paternidad que, sabía a ciencia cierta, no era suya. Imaginó que no estaban celebrando un compromiso, sino una boda.

- Tengo unas ganas que llegue esta noche -susurró la voz de una mujer que no era ella, rompiendo así su ensoñación.

Alberto abrió los ojos y se giró, mirándola con tristeza. No contestó, simplemente lanzó una pequeña sonrisa y siguió comprobando los detalles, dejando a su prometida sonriendo de oreja a oreja, ajena al tormento que sufría su corazón.

La fiesta empezó alrededor de las dos del mediodía. Fue mucha gente, entre la familia y los amigos de la pareja, entre los que destacaban un grupo muy particular, con el que él no solía hablar, pues se llevaban mejor con su novia que con él.

Todos reían, charlaban animadamente y comían y bebían, menos él. Alberto se había puesto en modo automático, asintiendo de vez en cuando, para hacer ver que prestaba atención, aunque no fuera real del todo. Las horas se le antojaron eternas, deseando que acabará de una vez, pero el tiempo parecía ir en su contra.

Su prometida no le quitaba los ojos de encima. Sabía que algo le pasaba, pues le notaba demasiado distante y no quería ver caras amargadas en su fiesta. Bebiendo un trago de su copa, devolvió la mirada a su amiga, que hablaba sin parar, muy emocionada.

- ¿Y dónde vais a ir estas vacaciones? -preguntó su amiga, sacándola de su ensimismamiento.

- Vamos con mi familia a Mallorca, saldremos a navegar, mi padre tiene un yate que se acaba de comprar y se muere por estrenar -respondió ella sin mucho ánimo.

- ¿Qué te pasa? Estás ida.

- Le pasa algo, Nuria, lo sé, no es el de siempre -confesó ella con pesar- ¿Crees que es por ella?-

Nuria permaneció callada durante unos minutos, pensando la respuesta. Sabía que Vanesa había sido muy importante para el chico, había sido muy difícil mantenerlos alejados el uno del otro, pero ya sabía que no podría durar eternamente.

- No -mintió Nuria, buscando una explicación en su mente que lograra convencer a su amiga- Vanesa se fue del país con un millonario al que enganchó para vivir la vida-

- Pero ¿Y si vuelve?

- Por la cuenta que le trae no volverá, puedes estar tranquila, Denisse -Nuria recordó el montaje que le había mandado a la chica por email, para que se alejara del chico y los dejara en paz de una vez por todas.

Denisse apartó la mirada de su amiga, buscó a su prometido y no le encontró: había desaparecido ¿dónde podría estar? Decidió no preocuparse y continuar disfrutando de su fiesta.

Alberto había salido al patio que disponía el local, decorado con un jardín muy florido, se apoyó sobre la barandilla que lo protegía y suspiró.

Un rayo iluminó el cielo, cinco segundos después tronó de forma escandalosa, partiendo el cielo en dos.

- Te mentía -susurró una voz femenina de pronto. Alberto la reconoció al instante y se giró lentamente, contemplándola con la tristeza nublándole la visión. No se atrevió a hablar, esperó a que ella continuara, más al ver que ella no hablaba quiso preguntar.

- ¿Por qué? -Vanesa estaba delante de él, con una melena alborotada, los ojos hinchados por haber llorado tanto, la ropa holgada y arrugada,... Tenía una mala imagen y eso le provocó más dolor a él.

- Alberto, nunca ha habido nadie más que tú, siempre has sido tú, te he amado desde la primera vez que te vi en el trabajo, pero no me había dado cuenta... Pero te mentí.

Él se acercó más a ella, la cogió de las manos y la instó a continuar, mientras que el cielo volvía a partirse en dos con otro trueno.

- Me obligaron a mentirte.

- ¿Quién? ¿Cómo? -inquirió él con incredulidad, no podía creerse que alguien se hubiera metido en su relación.

- Te quiero, Alberto, pero ya es demasiado tarde.

- No, no lo es, porque yo también te quiero, estando ahí dentro -explicó señalando al interior de local- He sentido que te perdía y no lograba imaginar una vida en la que tú no estuvieras-

Los ojos de Vanesa se llenaron de lágrimas y bajó la mirada. No tardó mucho más en soltar sus manos y alejarse de él. Salió por la puerta corriendo, llevándose las manos a la boca, ocultando el hipo que le producían las lágrimas. Dejó al joven allí, de pie, sin saber cómo reaccionar.

Entonces empezó a llover copiosamente. Alberto no llevaba paraguas y tampoco le preocupó empaparse. Estaba bloqueado, su mente estaba confundida con lo que acababa de descubrir.

Vanesa corrió sin mirar atrás, hasta que se detuvo en una plaza, empapada como estaba, cayó de rodillas al suelo, llorando desconsolada. Le dolía tanto alejarse de él...  Su corazón se había roto en mil pedazos. Gritó, mirando al cielo, con los puños apretados, mientras la lluvia le caía sobre el cabello, que se encrespaba cada vez más...



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