Atrapada

"No llores, no estás sola", aquellas simples palabras rondaban en mi cabeza, sin poder pensar en nada más. Mi mente se llenaba de pensamientos negativos y no me veía capaz de pensar en otra cosa. Y mira que lo intenté, más me era imposible.

"¿Y qué hago yo ahora?", me arrodillé junto a los escalones del altar. Quise esconder mis lágrimas entre mis rodillas, aunque sabía que él no sería capaz de presentarse allí, a veces lo dudaba.

Después de un buen rato sola en aquella iglesia, no tuve más remedio que marcharme. Al fin y al cabo era lo que él quería, que me alejara de allí. Caminé despacio hacia la puerta, con la cabeza gacha y sin fijarme en nada más que en el duro suelo de piedra. Ni siquiera miré a mi alrededor. No me fijé en que me estaban siguiendo, hasta que noté el frío acero en mi piel.

Me arrastró hacia un lateral de la iglesia. Con una voz ronca me obligó a no gritar.

- No voy a hacerte daño, sólo quiero hablar contigo -susurró en mi oído.

No reconocí su voz. En aquel momento tenía miedo y sólo me preocupaba soltarme de él y escapar. Pero un golpe en la cabeza me dejó sin sentido y todo se volvió negro...

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